Vidas que hablan: Joseph Ndiaye

El Padre Joseph Ndiaye (cuarenta años) es un misionero senegalés Oblato de María Inmaculada. Nacido en Joal, cursó los estudios de preparación al sacerdocio en Camerún y desde hace alrededor de diez años trabaja en la misión de Koumpentoum, a 400 kilómetros de Dakar.

Joseph, ¿qué es para ti ser misionero, llevar la Palabra y la alegría de Dios?

Para mi ser misionero es dejarme transformar por Dios para responder a su llamamiento “Id al mundo entero” (Mt. 28). Es mostrar lo que he recibido, “ese amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones”. La misión es donar este amor. Cuando amamos algo o a alguien, somos valientes, tenemos paciencia, nos sostiene la perseverancia. Ser misión es actualizar y vivir hoy todo lo que hemos recibido: a Jesucristo. Evangelizamos y nos dejamos evangelizar porque la misión es buscar juntos el rostro de Cristo, en cada hombre y en cada mujer. “Estuve enfermo, fui prisionero, era extranjero…”. Misión es andar en busca de Jesús que está en el enfermo, en el prisionero, en el extranjero para estar con él. En una palabra: la misión es hacerme cercano para llevar a Cristo y para reconocerlo en los demás.

Vives en un territorio de mayoría musulmana. ¿Cómo te encuentras ahí?

La Iglesia tiene una buena relación con el mundo musulmán. Además de los cristianos, a menudo hay musulmanes que vienen a pedirme que rece con ellos o por ellos. La llave de la vida misionera es vivir en la caridad porque es lo que rompe las barreras y los obstáculos, también religiosos, que podría haber entre nosotros. La caridad, la cercanía y la colaboración son los pilares de mi diálogo con tantos musulmanes de esta ciudad y del territorio que la rodea. Hay familias musulmanas que me invitan a su casa para rezar juntos y descubro el respeto que nos tienen; entiendo que siempre hay algo que aprender de los otros: Dios se manifiesta en el rostro de cada persona. Me atrevería a decir que me dejo evangelizar no solo de los cristianos, sino también de los musulmanes. Si no conozco lo que les falta, ¿cómo puedo darles algo o a Alguien? Hay respeto y amor. Cuántas veces  un musulmán me ha pagado la gasolina para llegar a un pueblo donde debía celebrar la misa o cuántas veces las mujeres musulmanas nos traen a mis hermanos y a mi algo de comer que han preparado. En la última gran fiesta (Tabaski) nos trajeron 22 platos… que compartimos con las familias pobres.

Hace poco hemos dado un paseo por el mercado de la ciudad de Koumpentoum. Eres conocido, muchos te saludaban contentos. ¿Qué valor tienen para ti las relaciones?

En mi vida es importante darle el primer lugar a Jesús. Después, busco ser cercano a la gente, intento conocer a las familias y sus miembros, las personas que la componen. Cuando te ganas la confianza del otro, el otro se siente libre para expresarse. Hay muchos musulmanes que vienen a pedirme consejo o para resolver los problemas de su familia. Los niños de nuestra escuela nos permiten poder conocer a sus familias. La escuela es un lugar increíble para las relaciones y por tanto, para la misión. Lo mismo ocurre con las Hermanas del Sagrado Corazón de María, aquí al lado, que experimentan esto con su sala de urgencias/dispensario de salud. Hace poco, una madre me ha traído un montón de cacahuetes porque había hecho un seguimiento espiritual de su hija, el pueblo de esta mujer está a unos 40 km de aquí. Se hace un gesto así si hay una relación de confianza, de amor…

¿Puedes decirnos alguna palabra clave de tu ser discípulo misionero?

Sí, aquí van algunas. La fe en Jesús; porque la misión es suya y me ha llamado a ser su discípulo y misionero. La fe la alimento con momentos importantes de oración, porque la fe es relación con Dios. Después, la apertura: ser abiertos, accesibles para los demás,  es importante ser cercanos, disponibles. Otra palabra importante es la simplicidad: la gente se sorprende cuando vamos a buscarlos, cuando comemos con ellos, cuando nos sienten uno con ellos. Y finalmente, la palabra Amor: lo que Dios me ha dado es lo que trato de dar. He recibido el Amor de Dios, no puedo más que dar gratuitamente este Amor. Me gustaría decir una última cosa: soy un sacerdote feliz, porque tengo a Dios. Y aunque estoy en una misión lejos de mi casa, en un territorio donde el clima es a menudo tórrido, donde hay tanta pobreza humana y espiritual, para mi ahora mismo éste es mi Paraíso.

Editado por Flavio Facchin OMI